Espiritualidad a pie de calle.. ayuda Cuaresmal.

ESPIRITUALIDAD A PIE DE CALLE.

Introducción. Hay palabras que suenan a grandilocuentes, a lejanas, a difíciles. Hablar de espiritualidad nos conecta con los grandes místicos de nuestra Iglesia a los que identificamos por su gran hondura espiritual. Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Teresita de Lisieux. Todos ellos grandes místicos y doctores de la Iglesia, que han dejado una gran herencia para nuestra tradición espiritual. Pero nos da la impresión de que su experiencia de Dios es muy diferente a la nuestra. Ellos son VIP, nosotros de a pie de calle. Ellos canonizados y con una producción literaria, nosotros unos anónimos que sobrevivimos como podemos al día a día, entre bajones, ambigüedades y caídas. Y pareciera que Dios tiene un trato diferencial entre sus hijos. Los listos y el resto, una minoría privilegiada, y el común de los mortales.

“Pedro tomó la palabra: Verdaderamente reconozco que Dios no hace acepción de personas, antes acepta a quien lo respeta y procede honradamente, de cualquier nación que sea”. Hch 10,34-35.

Y lo que recibo como buena noticia es que cada persona tiene la posibilidad de inaugurar una relación con Dios personal e íntima, que responda de forma liberadora, a la vocación que Dios les hace. La experiencia de esos grandes místicos, nos puede iluminar y acompañar. Pero lo que Dios quiere es que esa relación de amistad que ellos construyeron, nosotros también la construyamos desde nuestras características personales. La espiritualidad es el espacio donde Dios deja de ser una ideología, y se vuelve una experiencia. Es dejar de observar la vida como un lector, o un espectador, y comenzar a vivir como protagonista.

Lo que Dios nos dice. “Jacob salió de Berseba y se dirigió a Jarán. Acertó a llegar a un lugar; y como se había puesto el sol, se quedó allí a pasar la noche. Tomó una piedra del lugar, se la puso como almohada y se acostó en aquel lugar. Tuvo un sueño: una escalera, plantada en tierra, tocaba con el extremo el cielo. Mensajeros de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: Yo soy el Señor, Dios de Abrahán tu padre y Dios de Isaac. La tierra en que yaces te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás a occidente y oriente, al norte y al sur. Por ti y por tu descendencia todos los pueblos del mundo serán benditos. Yo estoy contigo, te acompañaré adonde vayas, te haré volver a este país y no te abandonaré hasta cumplirte cuanto te he prometido. Despertó Jacob del sueño y dijo: Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía”. Gn 28,10-16.

Realmente hay una historia personal que estamos llamados a descubrir. Es verdad que el Señor esté con vosotros”, que decimos en la liturgia se convierta en una experiencia real. Pero ese plural, con vosotros”, se concreta en la espiritualidad cuando yo, con mi nombre, con mis años, con mi historia, soy capaz de comprender que en todo lo vivido he contado con la compañía constante de nuestro Dios. La espiritualidad es la colaboración que yo libremente le presto a la gracia inmensa de Dios que se derrama diariamente sobre nosotros. Hay medios para hacer esa lectura creyente de mi vida. Espacios donde la oración se convierte en lectura acompañada de mi historia.

“Yendo de camino, entró Jesús en una aldea. Una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras; Marta se afanaba en múltiples servicios. Hasta que se paró y dijo: Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en esta tarea? Dile que me ayude. El Señor le replicó: Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y no se la quitarán”. Lc 10,38-42.

Lo que Jesús le dice a Marta nos lo dice también a nosotros, te afanas, y te preocupas por muchas cosas. Vivimos ritmos trepidantes, estudios, trabajos, familia, vida social, amigos, pareja, esposa, esposo, hijos, padres, hermanos, internet, parroquia, catequesis, misas, reuniones, caritas. Mil quehaceres diarios, y el resultado lo explica Jesús: preocupados, inquietos, nerviosos, cansados, impacientes irritados. Le dice a Marta, y nos dice a nosotros:

“Acudid a mí, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy tolerante y humilde de corazón, y os sentiréis aliviados. Porque mi yugo es blando y mi carga es ligera”. Mt 11,28-30.

Eso es lo que hacía María a los pies del Señor, eso es a lo que somos invitados cuando oramos. No es a repetir de carrerilla oraciones aprendidas. Es ponernos a los pies del Señor, con humildad, y dejar que Él nos regale una lectura integradora de toda la actividad que realizo. Vivir no es un armario lleno de cajones independientes. Vivir es una unidad armoniosa, que cuando llena de sentido todo lo que hago descubro que el tiempo se sitúa en su verdadera dimensión. Ya no es «cronos», comienza a ser «Kairos». Mi vida no es un montón de piezas del puzle desordenadas, sino que gracias a la espiritualidad, aprendo a integrar, aprendo a ordenar, comienza todo a situarse desde el prisma de la fe.

Estudio para capacitarme para desempeñar mi vocación. Una vocación al servicio de mis hermanos, que descubro que es el regalo más grande que Dios me ha hecho. Tengo amistades, y afectos que me ayudan a desempeñar de forma eficaz mi vocación. Por el trabajo que realizo tengo una economía, y con la economía practico la solidaridad, y un consumo responsable. El ocio es el espacio celebrativo de mi vida, donde rodeado de las personas a las que amo, que son mi comunidad de vida, celebro la alegría de compartir mi vida con ellos. Participo de mi fe junto a una comunidad que me alimenta, y me hace crecer en ella, y al mismo tiempo es expresión de los ambientes de Reino de Dios que hace creíble mi fe.

Cómo podemos vivirlo. La espiritualidad de nuestros días tiene que acercarnos a una experiencia real de Dios. No tenemos fe para huir de lo real, sino para encontrarle el sentido a aquello que ocupa nuestros días, nuestras mejores energías, que nos desgasta y nos alegra. El Señor está con nosotros, y por eso estamos alegres.

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