Contemplar el pesebre…

Para poder albergar al Señor, al Enmanuel , necesitamos la mirada de Jesús. Esta reflexión nos puede venir muy bien a todos. Chema sds.

Mensaje Navideño del P. Elías Royón

Queridas hermanas y hermanos:
San Ignacio de Loyola, en la contemplación del misterio del Nacimiento que propone en los Ejercicios Espirituales, sugiere usar sólo el sentido de la vista: mirar el lugar, mirar las personas, mirar lo que hacen, mirarlas, contemplarlas… Así como se incluyen otros sentidos en otras contemplaciones -el oído, el gusto, el tacto-, en el Nacimiento parece que basta con la mirada y la presencia: «como si presente me hallara». Y es verdad: sólo a través de la mirada se llega a lo más hondo de la persona y se descubre lo que hay en ella de misterio. Por eso, hay una comunicación profunda, mucho más allá de las palabras, en el cruce de miradas y presencias.

Pero no todas las miradas descubren esa profundidad, no todas son contemplativas. Cuántas veces nos quedamos en la mera percepción sensitiva de colores, figuras, imágenes y movimientos, sin atravesar su corteza en la búsqueda de su interioridad. Tampoco la presencia contemplativa se reduce a adoptar una determinada postura corporal en la oración. Se trata de «situar» el alma, y «entrar» en Belén, «haciéndose pobre y esclavo» por amor, recogido el espíritu con todo «acatamiento y reverencia», para entonces mirar a un Niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre, y poder adorarlo. En la mirada y presencia contemplativa salimos de nosotros mismos, de nuestros egoísmos e intereses, para así finalmente mirar sin mirarnos, en auténtica actitud de adoración.

Tal vez desde las alturas de nuestras vidas y de tantas experiencias acumuladas, a nosotros, religiosos y religiosas, nos asalte la tentación de que se nos va quedando lejos un Niño en pañales, nacido en un pesebre. Nos puede asaltar la tentación de que nuestra mirada de apóstoles necesita posarse más bien sobre el mundo y sus urgencias, prisas, angustias y desafíos. O de que las palabras que nos valen han de ser adultas, severas y serias. Sin embargo, posiblemente más que antaño, necesitamos «volver a Belén», hacernos presentes y mirar a ese Niño, envuelto en la mirada entrañable y maternal de María. Precisamos recuperar su mirada de madre: humanamente desconcertada, pero llena de fe, con la que presenta a su Hijo a la adoración de los pobres pastores y de los inquietos y buscadores Magos de Oriente. Necesitamos «volver a Belén», mirar y susurrar palabras pobres, sencillas, tiernas, pronunciadas lentamente, pero que expresan la fe en el misterio de ese Nacimiento: Dios se ha hecho presente en el Niño de Belén por amor a la humanidad.

Y al mirar y hacernos presentes descubrimos y nos convencemos de que ahí está la fuente de los contrastes de Dios: la esperanza para nuestro mundo viene de un Niño pobre, recostado en un pesebre. De ese misterio de amor infinito nace la luz que brilla en la noche, la gran luz que el pueblo vio en las tinieblas, la claridad que en la noche envolvió a los pastores. Una luz que desenmascara la oscuridad egoísta, la falsa alegría, la mirada superficial de imágenes y luminarias que presentan promesas engañosas de felicidad perenne. Sólo el que mira así y se hace presente en la pobreza y la humildad del establo de Belén, sólo el que no se escandaliza del lugar donde no hay honores ni lisonjas, sólo el que mira sin prisas, llega a «ver» y «creer» el gran misterio del abajamiento de Dios. Como los pastores, oirá el canto de alabanza y gloria a Dios y la esperanza prometida a la humanidad: paz en la tierra.

Nosotros, consagrados y consagradas, estamos llamados a testimoniar esa Buena Noticia con nuestras vidas personales y comunitarias, y a anunciarla con nuestra misión eclesial. Desde la Presidencia de CONFER, os invito a todos los consagrados y consagradas de España a «volver a Belén», a vivir «Belén» en cada jornada de nuestro quehacer apostólico, con la mirada fija en Quien nos ha nacido, en Quien se nos ha dado, en Quien nos ha enviado, para hacernos presentes y descubrirlo en las periferias alejadas de nuestros «centros» de bienestar y cultura.

Navidad es ocasión privilegiada para revitalizar nuestros compromisos vocacionales y misioneros. Mirando y haciéndonos presentes a Belén, aprendemos a descubrir a los que la sociedad globalizada ha empujado a los márgenes: inmigrantes, enfermos de SIDA, drogadictos, ancianos abandonados a su soledad, parados…

Nuestra Navidad, vivida desde Belén, nos ayudará también a enseñar a otros muchos a mirar y hacerse presentes, sin miedo ni prejuicios, a los que no son como nosotros, a los que nos resultan extraños, a los que están más allá de nuestras fronteras de raza, religión, lengua y cultura. Nuestro trabajo pastoral y caritativo -tan presente y eficaz siempre, pero más en estos momentos de crisis, en todas las Iglesias particulares, en colaboración con parroquias, Caritas, instituciones intercongregacionales y diocesanas- debería tener siempre esta dimensión de sensibilización que enseña el modo de mirar de Jesús. Jesús mira a cada uno como si sólo existiera aquél a quien mira. Su mirada es siempre nueva, hecha desde el corazón conmovido que le lleva a la compasión. Así mira a los pecadores, los leprosos, los ciegos y los hambrientos de pan y de su Palabra. Ante la miseria material o espiritual, a Jesús se le conmueven las entrañas. Ésa es la mirada propia de nuestra vocación de consagrados: mirar el mundo desde la compasión y misericordia de Jesús.

No podemos olvidar en Navidad la promesa de paz para los hombres de todos los tiempos, una promesa de paz que colmaría las expectativas de la humanidad, pero que nunca ha llegado a ser una realidad concreta en su historia. Recordemos el gran regalo del Espíritu del Resucitado y el mandato a sus seguidores de vivir y anunciar su paz, de ser hombres y mujeres pacificadores, creadores de espacios donde sea posible el encuentro, el diálogo, la acogida de ideas diferentes, la concordia, la reconciliación, el perdón: en definitiva, la paz. Es una misión eclesial por excelencia, en la que los religiosos y las religiosas deberíamos hacernos presentes aportando, en las parcelas que nos fuera posible y en comunión eclesial, nuestra experiencia y nuestro modo de hacer inspirado en los carismas de nuestros Fundadores. La paz y la mutua comprensión son necesarias en los corazones de cada hombre y cada mujer, en las familias, en los pueblos, en las naciones y en los diversos estamentos sociales y políticos. Y cómo no: también en las comunidades cristianas, en nuestras propias Congregaciones, en el Pueblo de Dios.

Que la Paz de Belén os acompañe siempre y se haga presente en el corazón de vuestras comunidades para que podáis ser portadores de paz y cantores de la gloria y la alabanza de Dios en el mundo.

18 diciembre 2009.
Elías Royón, S.J.
Presidente de CONFER


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