Nuestra vida en Comunidad Apostólica

«... que todos sean uno, para que el mundo reconozca que tú me has enviado... » Jn 17,23

A fin de ser auténticos Salvatorianos e invitar a otros a serlo, nuestra vida consagrada en comunidad debe testimoniar una comunión de amor recíproco, promover nuestra misión y ser flexible para facilitar los apostolados; debe, igualmente, apoyar a los miembros en sus trabajos y ministerios, y manifestar nuestro carisma. Para poder actuar así, estamos llamados a renovar nuestra vida comunitaria. Los Salvatorianos de todo el mundo atestiguamos hoy, que esta renovación puede fomentarse a través de las siguientes iniciativas:

1. Cultivamos formas de oración comunitaria centradas en Cristo, que sean el hilo conductor de nuestra identidad apostólica y que estén enraizadas en una reflexión compartida de nuestra experiencia de Dios, en su Palabra, en la Eucaristía, en la comunidad y en el apostolado. (C 401-403; 501-504).

2. En la formación inicial y permanente resaltamos que nuestra vida y servicios en la comunidad tienen un valor apostólico en sí mismos, que cada individuo está llamado a comprometerse en las necesidades y apostolados comunitarios, y que toda actividad apostólica individual debe ser una expresión de nuestro carisma.(C 311 ,326).

3. Valoramos nuestras reuniones comunitarias por su capacidad para enriquecer y fortalecer nuestros vínculos como comunidad de vida y de fe, es decir: por su calidad y constancia y no sólo por su cantidad o larga tradición. (C 400).

4. Creamos ocasiones a fin de expresamos mutuamente nuestra necesidad de perdón y reconciliación, de tal manera que respetemos y aceptemos más plenamente la individualidad de cada uno. (C 309,326,404,405,509).

5. Utilizamos todos los medios apropiados que nos puedan ayudar a comunicamos y dialogar de una forma más efectiva, a intercambiar experiencias y asuntos personales, así como a darnos y recibir apoyo mutuo.(403,405).

6. Abrimos nuestra vida comunitaria a una integración más plena con la Familia Salvatoriana y a relaciones más profundas con hombres y mujeres que tengan aspiraciones apostólicas y espirituales similares a las nuestras, a la vez que respetamos las diferencias de estilos de vida. (C 107-108).

7. Evaluamos la sencillez de nuestro estilo de vida e integramos nuestras comunidades en la realidad de las personas a las que anunciamos el evangelio, conscientes de nuestra obligación de ser solidarios con los pobres.(C 315, 403).

8. Preparamos a nuestros superiores a fin de que consideren su papel como un servicio y responsabilidad compartida, de tal manera que sean capaces de animarnos a un diálogo comprometido, a un discernimiento comunitario y a una planificación apostólica, así como a poner en práctica las iniciativas de esta resolución.(C 324-326; 405,406; 701-704).

En nuestros esfuerzos por renovar nuestra vida comunitaria, nos inspiramos en la comunidad apostólica y en el día de Pentecostés: «Se dedicaban unánimes a la oración, junto con algunas mujeres y con María la Madre de Jesús y sus hermanos... Cuando llegó el tiempo de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar, y se llenaron del Espíritu Santo comenzando a hablar en diferentes lenguas, en las que el Espíritu Santo les invitaba a hablar». (Cf Hch 1,14;2,1-4).