Lamentarse, evadirse o comprometerse. Si quieres se puede

CONECTADOS O COMPROMETIDOS?

Introducción. Hay un diálogo en la película “La ciudad de la alegría”, donde una misionera está hablando con un médico estadounidense que está de turista por la India donde le explica: “En esta vida sólo hay tres opciones ante tanto sufrimiento: lamentarse, evadirse, o comprometerse”. El medico viaja a la India tras el doloroso fracaso de haber perdido a un niño que era su paciente. El sentimiento de decepción, de depresión, de considerarse un fracasado como médico le hizo pedir la baja laboral y viajar hacia uno de los países más empobrecidos del mundo. El encuentro con esa misionera supondrá para el joven médico un renacimiento real, y una renovación de su vocación y de su vida.

Creo que es un mensaje vigente y actual para cualquier proyecto realmente interesante en nuestra vida. Pasar de ser espectadores, a ser protagonistas de las decisiones que tomamos, y de la forma de acoger las circunstancias que no elegimos y que se nos impone vivir, es un deber que no podemos posponer. O vivo de forma comprometida mis relaciones humanas, mi vida laboral, las amistades, la vida espiritual, o los días pasan a una velocidad tan vertiginosa que nos podemos ver con las manos vacías sin haber estrenado la propia vida.

Las tres posibilidades a las que se refiere la misionera son muy claras. Lamentarnos es expresar abiertamente lo que me incomoda, lo que me indigna, lo que me enfurece, pero que no genera unas decisiones que transformen la realidad. El lamento es estéril, lloro, me deprimo, capto la atención de los que me rodean, me hundo y me oscurezco, pero no me decido a cambiar nada de mi vida, ni de las circunstancias que me rodean. Me quejo, pero sentado cómodamente en mi decepción.

La evasión es también muy engañosa, porque supone cerrar los ojos, y mirar a otro lado, sin capacidad para afrontar las decisiones importantes en la vida. Nuestra sociedad es muy creativa a la hora de proponer una industria de la distracción. Todo preparado para el ocio, el juego, el pasatiempo, la diversión. Y está claro que lo lúdico es una dimensión esencialmente humana. Los espacios dedicados a lo festivo, a las relaciones divertidas y gratuitas son necesarias. Desconectar de lo utilitario, de lo productivo, de lo eficaz. Pero irnos al otro extremo es construir personalidades infantiles e inconsistentes, incapaces de afrontar las dificultades de la vida. Que se toman la ida como un juego, y las relaciones personales a broma.

El compromiso es el regalo más grande que nos hace Dios para poder desplegar en profundidad la identidad que nos ha regalado. Comprometerse con las vidas de los demás, con todos los proyectos que defienden la dignidad de las personas, significa reconocer el valor de cada vida. Es gritarle a cada persona eres tan valiosa que vale la pena entregarse por ti.

Lo que Dios nos dice. “Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os amé. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace el amo. A vosotros os he llamado amigos porque os comuniqué cuanto escuché a mi Padre. No me elegisteis vosotros; yo os elegí y os destiné a ir y dar fruto, un fruto que permanezca; así, lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederé.” Jn 15,11-16.

Dar la vida y vivir comprometidos es lo mismo. Es resistirse a que nuestro paso por el mundo y por las vidas de los demás sea superficial o inconsistente, y vivir dando lo mejor que somos y tenemos. Es dejar el miedo, es vivir con la confianza que en nosotros hay talentos y fortalezas que las necesitan los demás. Del mismo modo que el compromiso nos lleva a vivir con la humildad de quien reconoce que en las vidas que nos rodean, está lo que me complementa y me ayuda a llevar mis límites. Nuestras vidas no están conectadas con criterios egoístas, de usar y tirar. No podemos cosificar a las personas y convertirlas en medios para la consecución de nuestros fines y de nuestros objetivos. La gratuidad es un elemento que define a lo divino. Dios nos ama por gratuidad, por exuberancia, por la grandeza de su misericordia. Ni nos necesita, ni nos obliga. Su relación con la humanidad es una propuesta gratuita movida por la misericordia y la compasión.

“Conozco tus obras, que no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; pero como eres tibio, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Dices que eres rico, que tienes abundancia y no te falta nada; y no te das cuenta de que eres desgraciado, miserable y pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acendrado para enriquecerte, vestidos blancos para cubrirte y no enseñar desnudas tus vergüenzas, y colirio para ungirte los ojos y poder ver. A los que amo yo los reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” Ap 3,15-20.

En esta época nuestra de las redes sociales y de la comunicación digital nos informan los dispositivos móviles de si estamos conectados o no. Recibimos notificaciones de cuantas personas han visualizado nuestras publicaciones. Nos dicen los amigos que tenemos, y las interacciones, los “likes”, los “retwets”, los “followers”, o los “haters”. Pero lo virtual se tiene que acompañar de lo real. Y es en el día a día, en el uso consciente de nuestra libertad, en las decisiones que tomamos, donde se construye una vida capaz de comprometerse, de llevar hasta el final los proyectos que se inician. Hay un Dios que llama diariamente a las puertas del corazón para que renovemos diariamente las opciones y los caminos que hemos emprendido.

Cómo podemos vivirlo. “Tú vigila continuamente, aguanta las penalidades, ejecuta la tarea de anunciar la Buena Noticia, cumple tu ministerio. En cuanto a mí, ya hacen de mí una libación y la hora de la partida es inminente. He peleado la noble pelea, he terminado la carrera, he mantenido la fe. Sólo me espera la corona de la justicia, que el Señor como justo juez me entregará aquel día. Y no sólo a mí, sino a cuantos hayan realizado su vida en Aquel que nos conforta y acompaña.


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