Necesitamos miradas limpias.

MANCHAS QUE NOS DILUYEN

Introducción. Hace poco tuve que hacer una videoconferencia por Skype para preparar una actividad apostólica y la persona con la que hablaba me decía que me veía borroso, difuminado, como si una niebla cubriera mi habitación. Lo primero que pensé era que la iluminación era insuficiente. Encendí todas las luces, cambié de posición los focos, volví a apagar algunas, cambiar otras y el resultado era el mismo. Desesperado se me ocurrió limpiar la cámara del portátil. ¡Eureka!, de repente volvió la claridad y la nitidez, con la consiguiente cantidad de carcajadas y risas que provocaba la situación. Yo pensando que el problema estaba en la iluminación externa, cuando la realidad, lo que estaba sucio es la cámara que nos permite ver y ser vistos. Y eso pasa con mucha frecuencia en nuestra vida. Pensamos que los problemas que nos acechan los tienen otros, siempre es culpa de los demás que las cosas no funcionen bien. Por eso es necesaria la humildad de mirarnos a nosotros mismos, y antes de culpar a lo de fuera, mirar como estamos por dentro. No era fallo de la iluminación, era que estaba sucia la cámara de mi ordenador.

Lo que Dios nos dice. “El ojo suministra luz a todo el cuerpo: por tanto, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará lleno de oscuridad. Y si tu fuente de luz está a oscuras, ¡qué terrible oscuridad!” Mt 6,22-23.

Si tenemos la mirada limpia somos capaces de ver la realidad como en verdad es: un espacio donde poder desplegar de forma confiada todo lo que nos constituye, lo que somos, límites y talentos, al servicio del bien común. Pero si nuestro ojo está enfermo, si somos incapaces de ver con nitidez, como le pasaba a mi portátil, nos ven difuminados y vemos de forma distorsionada. Cómo le pasaba al Quijote que confundía molinos con gigantes. Nosotros nos ahogamos en vasos de agua, todo nos parece dificilísimo y poco a poco nos acobardamos y nos replegamos en trincheras donde sentimos la amenaza más alejada y, la alegría también. Por eso es necesario lavar nuestra mirada, que es la cámara de nuestro cuerpo para evitar la ceguera que lo nubla todo y nos impide descubrir la belleza de todo lo que nos rodea, la de las personas, la de los acontecimientos y la nuestra propia.

“No contamina al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella; eso es lo que realmente contamina al hombre. Entonces se le acercaron los discípulos y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír lo que has dicho? Él respondió: Toda planta que no plantó mi Padre del cielo será arrancada. Dejadlos: son ciegos y guías de ciegos. Y, si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en un hoyo.” Mt 15,11-14.

No hay nada de fuera que sea impuro, decía Jesús, a los judíos que dividían todo entre profano y sagrado. Con una visión dualista y maniquea lo juzgaban todo con criterios de puro e impuro. Y Jesús les descubre cómo de las manos de Dios toda la creación sale pura, sana, bella, vio Dios que todo era bueno. Lo impuro se instala en el interior, en la mirada miedosa y mentirosa, que nos fragmenta y nos divide. Nada de lo que hay, nada de lo que ocurre, se escapa a la posibilidad de acogerse como espacio de encuentro con Dios y con los hermanos.

“Desplegar todo tu poder está siempre a tu alcance; ¿quién puede resistir la fuerza de tu brazo? Porque el mundo entero es ante ti como grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida.” Sab 11,21-26.

Son los limpios de corazón los capaces de descubrir en medio de lo cotidiano y de lo sencillo, los destellos divinos que se envuelven en medio de lo humano. La historia es un lugar teológico, así nos lo enseña Jesús, que desarrolló la mayor parte de su actividad pública en medio de espacios cotidianos, no es espacios sagrados. La llamada a los primeros discípulos se dio en el lago de Genesaret en medio de barcas, redes y peces. El primer milagro lo realizó en medio de Caná, en la celebración del amor de dos esposos. Todas sus parábolas están ambientadas en actividades corrientes, como sembrar, o pastorear un rebaño, o barrer una casa, o cocinar la masa de pan con su levadura necesaria para fermentar toda la masa. O unos pescadores echando las redes en busca del alimento necesario. Si Jesús habla del Dios que cuida de los pájaros del campo, que viste con una suavidad los lirios del campo y les regala su belleza y su olor, no será que nos falta limpieza para seguir reconociendo el rostro de Dios en medio de las actividades diarias. “Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.” Mt 5,8.

Cómo podemos vivirlo. Esa limpieza de nuestra cámara, de nuestros ojos, es la que nos permitirá descubrir en las actitudes de nuestros hermanos todos los gestos que saben a Dios. Cuanta generosidad de padres y madres que diariamente madrugan para ir a currar y lo hacen pensado en otros. Cuanta gente responde vocacionalmente a la enseñanza, a la sanidad, a ayudar a los que les necesitan, como abogados, cuidadores, personas de servicio doméstico, cuantos transportistas llevan lo necesario a otros lugares. Nos falta limpieza en la mirada para descubrir que nuestro trabajo hace que la sociedad avance, que la gente viva mejor. Cuanto héroe anónimo, no todos los héroes llevan capa, algunos están cuidado a sus nietos en el parque. Por eso limpiemos los ojos, las cámaras, y descubramos con nitidez la presencia del Dios bueno que nunca nos falla.


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