PARA LA VIDA EN COMUN.. novios, parejas, matrimonios,

RETENER O SOLTAR.

Introducción. Hemos tenido este fin de semana cursillo prematrimonial en la parroquia, y buscando la mejor forma de darlo, y de poder ayudar a las parejas que venían a recibirlo, intensificamos el estudio y la atención de leer sobre el tema. Escuché conferencias sobre las diferencias entre los hombres y las mujeres a nivel psicológico, físico, emocional, racional, de Venus sois las mujeres, de Marte somos los hombres. Ya sé porque los hombres no sabemos escuchar y las mujeres no sabéis leer los mapas. Hay muchos acercamientos a esta realidad tan mágica y tan divina que es la relación de los hombres y las mujeres. Y después de leer mucho y de estudiar mucho me encantó el aporte de una sicóloga chilena que se llama Pilar Sordo en la que resumía la principal diferencia entre feminidad y masculinidad en dos claves de interpretación: las mujeres están diseñadas para retener y para sentirse necesarias. Los hombres para soltar y para sentirse admirados.

Sabiendo que no podemos generalizar, ni simplificar algo tan misterioso y inabarcable como el ser humano, sí que me ayuda mucho reconocer en nosotros esas dos fuerzas que acompañan todas nuestras decisiones. Actitudes para afrontar la vida que reflejan el miedo o la confianza con los que afrontar nuestra existencia. La permanente tensión que es muy humana entre poseer, acaparar, asegurar, quedarnos con lo que conocemos y controlamos. Y las fuerzas de la vida que nos empujan al cambio, al volver a empezar, que nos invitan a soltar, a conocer lo nuevo que nos espera. Es cierto que hay personas que se lo guardan todo, tanto hombres como mujeres, que lo retienen todo, en los profundos cajones de la memoria y del corazón almacenan y arrastran todo lo vivido, lo bueno y lo malo, las alegrías y las tristezas. Y arrastrar un bagaje tan amplio hace que sea muy difícil estar disponible para acoger con sorpresa y con alegría, las novedades que nos esperan. «No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús. Todos nosotros, los maduros, debemos sentir así. Y, si, en algo sentís de otro modo, también eso os lo revelará Dios. En todo caso, desde el punto a donde hemos llegado, avancemos unido». Flp 3,12-16. No es tanto cuestión de sexos como de en quien hemos depositado nuestra confianza y con quien compartimos todos los momentos de nuestra vida. Y sí aceptamos que la vida es una realidad dinámica que va mucho más allá de lo que yo diseño o programo, y que mi voluntad es sólo una parte de la cantidad de elementos que forma este baile eterno de circunstancias que es nuestra historia.

Lo que Dios nos dice. «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre la roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande». Mt 7,24-27.

Es responsabilidad nuestra la elección de en quien depositamos nuestra confianza. Porque muchas de nuestras tristezas, tensiones, enfados y discusiones tiene que ver con el miedo a perder algo, a que nos quiten valor, a que nos dañen. La mayor parte de los dificultades en la convivencia nacen de malos entendidos y de interpretaciones erróneas sobre la intención con que el otro se dirige a mí. Cuanta violencia, se esconde tras el reproche, la descalificación y la crítica hacia los otros. Cuando mis palabras trasmiten ira, rencor, odio, es porque es de lo que está lleno mi corazón. «Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca». Mt 12,34. Nos ponemos a la defensiva cuando en realidad nadie nos quiere atacar, y eso enrarece los momentos compartidos, haciendo de la soledad y de la incomprensión la compañía más habitual de nuestros momentos. Edificar mi vida, mi valor, mi dignidad, no en las opiniones de los demás, en su aprobación, en sus aplausos, sino en lo que Dios dice de mí, es edificar en la estabilidad y en la fidelidad de quien nunca me va a dejar de querer.

«Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano, me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré. Y yo pensaba: En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas. En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza: Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vueltas a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra». Is 49,1-6

Cómo podemos vivirlo. Es un reto al aprender a vivir equilibrando lo que soltamos y lo que retenemos. Son necesarios los dos movimientos. Es necesario soltar lo que nos daña, lo que nos cierra, lo que nos asusta y nos hiere. Es importante retener y recordar los buenos momentos, las palabras, los gestos, las personas, los lugares, que nos recuerdan lo preciosa que es la vida, y lo grande que es poder gastar lo que somos compartiendo y entregándonos libre y voluntariamente.


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