El signo de la Cruz

¿Ofendidos o bienaventurados?
(Sobre la presencia del signo de la Cruz en lugares públicos)
«Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29) Es la respuesta de Pedro y los apóstoles a la prohibición del Sanedrín de enseñar en el Nombre de Jesús. Pero Pedro no responde desde la fuente de su propia elocuencia. No dice lo que «se le ocurre» o lo que ha preparado antes en su mente. Pedro ha «guardado» en el corazón las palabras de Jesús, que ahora afloran oportunamente:
«Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir» (Lc 12, 11-12).

Como para Pedro, la Palabra de Dios es para nosotros los cristianos la fuente de todas las respuestas. Nos referimos hoy a un hecho de plena actualidad. El legislador anuncia la retirada de la Cruz en lugares públicos. ¿Puede ser nuestra respuesta el silencio? No, porque el silencio no supone poner la otra mejilla, sino retirar la primera para que no nos peguen más. Nuestra respuesta no puede ser el silencio, pero no sólo porque es una situación de injusticia, sino sobre todo porque «sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8, 28) y porque Dios saca bien de todas las cosas. Para que el Señor saque bien de esta situación hemos de hablar, como Pedro ante el Sanedrín.

Nuestra respuesta -la del Espíritu- debe ser, pues, ingeniosa, de modo que invite a pensar en profundidad el tema y no responder emocionalmente. Pero la primera luz que nos ofrece la Palabra es la disyuntiva que planteamos en el titulo: Ante esta situación, ¿nos debemos sentir ofendidos? En Mt 5 el Señor nos llama bienaventurados cuando nos persiguen, nos manda alegrarnos como Pedro y los Doce, porque «ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre» (Hch 5, 41).

Por eso no podemos reclamar o defender la presencia de las cruces con el “ceño fruncido”, enfadados con la sociedad, porque estaremos haciendo lo mismo que los que las quieren retirar. Debemos hacerlo con alegría, tanto si nuestra reclamación es atendida como si no lo es. En la Misa hacemos nuestras todos los días estas palabras: «Es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias, Señor, siempre y en todo lugar». Insistimos ¡¡¡siempre y en todo lugar!!! La acción de gracias, en suma, es la antítesis del enfado. El enfado no es un fruto del Espíritu:

Dicho esto, ocupémonos ahora de la ofensa que, dicen algunos, supone para ellos la presencia de la Cruz en lugares públicos. Para reflexionar seria y serenamente sobre el tema, basta con mirar un poco más allá de los sentimientos y los prejuicios. Porque, por la misma «ley», si molesta y ofende una cruz en la pared de un lugar público, también debería molestar el signo aritmético de la suma, por ejemplo. Alguien -ciertamente desatinado- podría reclamar que en los colegios se enseñara a los niños a restar, multiplicar y dividir, y se dejara la suma para enseñarla en casa, «en el ámbito de lo privado», porque el libro de matemáticas no puede contener signos religiosos. Otro ejemplo: No soy experto en temas fiscales, pero he oído decir a muchos que han puesto en la Declaración de la Renta la «crucecita» en la casilla de las ONGs o de la Iglesia. ¿Crucecita? Sí, así lo dicen. Alguien -ciertamente desatinado- podría reclamar que la marca citada se llamase «asterisquillo» u otro signo no vinculado a temas de fe. Un tercer ejemplo nos llevaría a la necesidad de «reinventar» la Cruz Roja Internacional y la bandera de Suiza, por ser restrictivos sus logotipos. O la necesidad de reinventar el diseño de las ventanas de madera de lugares públicos, haciéndolas todas de un solo cristal porque no puede haber bastidores con listones cruzados. O reinventar las farmacias, porque la cruz verde discrimina a los licenciados de otros credos. ¡Por el amor de Dios!

Entonces alguien podría argüir que el signo + del teclado y de los libros de matemáticas no es un signo religioso sino aritmético. Voilà! Tiene razón, aunque a mí, como cristiano, me pueda recordar el + de mi teclado que la Cruz es mi salvación (puedo dar testimonio de que el Señor es muy “ingenioso” a la hora de hablarnos al corazón). A esa persona le diría que tampoco la Cruz de Cristo es un signo de ofensa y discriminación como así lo denominan aquellos a los que les ofende. Los que así la contemplan y se ofenden por ello la están «leyendo» mal. Esa no es la Cruz. Son ellos los que eligen vivir ofendidos inútilmente.

En la base de su sentirse ofendidos – y es muy libre y respetable su decisión, no faltaba más- hay una cuestión de ignorancia salvable. Otro ejemplo lo muestra, y permítasenos combinar español e inglés. Si una persona lee que cierto artículo de una tienda es de «luxury» y le ofende una supuesta alusión a la lascivia, se ofende porque quiere, porque no sabe que el significado de «luxury» no es lujuria sino «lujo». ¿Debe el establecimiento comercial buscar otra palabra menos «ofensiva», o debe la persona tomarse la gozosa molestia de aprender un poco de inglés? Y si alguien pregunta en un restaurante romano qué hay para desayunar y le responden «burro», y se siente gravemente insultado, ¿deben cambiar el menú? Más bien, ese cliente debería tomarse la gozosa y útil molestia de aprender unos rudimentos de italiano y descubrir que le estaban ofreciendo mantequilla para el pan. Pero volvamos a la Cruz…

En el pasado el signo de la Cruz ha podido ser usado por los cristianos como emblema de conquista, de imposición. Hoy ya no, y quien así lo considere es como esa persona que anuncia a sus amigos que ha leído en el periódico que un tal Antonio Meucci, italiano, ha inventado el teléfono. Su periódico está un poco atrasadillo, ¿no? En suma, para leer algo sobre las Cruzadas no hay que ir al kiosko sino a las enciclopedias. Esto es más que obvio.

El Señor dice claramente: «Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios» (Lc 20, 25). El Crucificado no quiere ni la escritura de propiedad del colegio, ni del parlamento, ni de la oficina de correos. Lo que quiere es ofrecer su Amor sin condiciones a los que por esos lugares aprenden, legislan y envían cartas. La Cruz es una mano tendida, un abrazo gratuito, un descanso ofrecido. La Cruz es Amor, no pancarta de «okupas» oportunistas. ¿Puede a alguien ofenderle este Amor? Si así fuera y se nos obliga a retirar las cruces, seguiremos dando gracias a Dios, a la vez que ofrecemos al ofendido la posibilidad de conversar sobre su dolor y tratar de buscar juntos la causa… porque ¡¡¡eso es lo que nos manda el Señor a los discípulos!!! Es así como somos bienaventurados.

Además, y por último, por encima de todo el signo más eminente de los cristianos es el amor. Por el mar inabarcable de internet navegan no pocos vídeos de una persona que nos puede ayudar mucho en este tema. Se llama Nick Vujicic, y es australiano. El título de su libro lo dice todo: «Sin brazos, sin piernas, sin límites». En efecto, invito al lector a buscarle en la red. ¿Vale la pena? No, vale la alegría… de escuchar su vigoroso canto a la vida, y recibir su abrazo sin brazos. Y vale la alegría de darnos cuenta de la verdadera dimensión de nuestras «grandes tristezas y decepciones» por no tener sofá, por la derrota de nuestro equipo de fútbol o por llevar 3 kilos de más en torno a la cintura.

Nick es cristiano, ¿por qué no me sorprende? Aunque no puede persignarse ni abrir los brazos en cruz y dibujar así su sombra en la arena de la playa, él es un signo vivo del Amor del Señor. Y como él, nuestro rostro debe ser el genuino signo del Evangelio ofrecido con la sonrisa del Espíritu.

Mientras afinamos nuestras voces y seguimos cosechando firmas para pedir que no se retiren las cruces de lugares públicos, luchemos para que el legislador y todos los que nos rodean «descubran» la realidad, descubran lo que hay detrás de cada crucecita de madera o metal: Un corazón que lucha por amar a Dios y a los hombres, sean o no cristianos.

¿Ofendidos? No, gracias. Cuando era niño mi padre me decía que el que se enfada tiene dos trabajos, enfadarse y desenfadarse. No perdamos tiempo. Es urgente construir alegría y paz, Vivimos en una sociedad casi crónicamente «enfadada». Denuncias, acusaciones, crispación. A veces las declaraciones de políticos y otros personajes públicos me recuerdan las clásicas disputas infantiles del tipo «mamá, fulanito me ha pegado. Ha sido él. Ha sido él».

Ofendidos no. Ni ellos por las cruces, ni nosotros porque sea retiradas. Invitémosles a no ofenderse por lo que no es una ofensa. Pero hagámoslo con «chispa», con ingenio. También aquí, como Pedro ante el Sanedrín, tenemos quien nos enseñe: La Palabra de Dios. Pablo escribe a los romanos que quiere que sean «ingeniosos para el bien e inocentes para el mal» (Rom 16, 19). Pues eso…. Mientras seguimos recabando firmas -la bienaventurada campaña de la Revista Ecclesia cuenta más de 3000, una de ellas la de quien esto escribe- que se nos note en la cara y en la vida que somos bienaventurados, y que queremos anunciar nuestra dicha a todos. Que la Madre de Dios nos enseñe a anunciar nuestra alegría con Ella y como Ella: «Proclama mi alma la grandeza del Señor» (Lc 1, 46).

Hermano Lázaro Clemente, fmp
Informativo Buenas Noticias
Cetelmon, Tv
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