MISIONEROS…SEMILLAS DE ESPERANZA SILENCIADAS

María Luz Casal Paz, conocida artísticamente como Luz Casal, cantante española de pop-rock, na-ció en Boimorto, A Coru-ña, el 11 de noviem-bre de 1958.

En 2007 le diagnosticaron un cáncer de mama y unos años después tuvo una recaída, pero ahora se encuentra en plena for-ma y llena de energía.

El 11 de octubre pronun-ció el pregón del DO-MUND 2017 en la cate-dral de Santiago de Compostela

Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo de Santiago de Compostela, D. Julián Barrio Barrio; Exc-mos. y Rvdmos. Sres. Obispos; Sr. Director Nacional de Obras Misionales Pontificias, D. Anastasio Gil García; autoridades; misione-ras y misioneros; señoras y señores; queridos todos: buenas tardes.

Agradezco de todo corazón que me hayan invitado a estar aquí, en esta Catedral que tanto significado tiene en mi vida, y que durante unos minutos capte su atención con estas palabras que a continuación les voy a leer.

Intro

Mujer y cantante, es mi voz la de una católica poco practicante, pero con unas raíces tan profundas, y una memoria tan ligada a la historia y a las celebraciones de la Iglesia católica, que muchas veces ten-go la sensación de ser una buena cristiana.

Para hablar sobre las misiones y la celebración del Domund en este año 2017, he pensado hacerlo co-mo si de una canción se tratara, haciendo este sencillo pregón que lleva el título “Sé valiente, la misión te espera”, y con una estructura que contiene esta pequeña introducción, seguida de una estrofa, después un estribillo, una segunda estrofa, estribillo, interludio o puente para llegar al final, con el último estribillo.

Primera estrofa

Aprendemos a convivir con la injusticia y la desigualdad, sin apenas advertirlas, como si nuestro cere-bro estuviera envuelto en brumas, y nuestro corazón anestesiado por un consumismo que satisface los deseos inmediatos y efímeros y por el hedonismo, tan bien considerado, provocando con ello indiferencia y despotismo, que embrutecen y monopolizan nuestros sentimientos. Aun así, no conformes, vamos añadiendo pesados fardos de temores, egos y miedos, haciendo cada día la costra más dura, inmunizando los sentidos ante el callejón sin salida de la pobreza que nos humilla.

Cada vez es más difícil dejar de ser pobre, y la situación se enquista por las carencias del sistema de protección y de las ayudas, por la precariedad laboral y el desigual reparto de la riqueza.

La vida es un combate constante entre dos fuerzas: por un lado, están aquellos que son capaces de comportarse ordinariamente de manera inhumana, y en el otro lado, en el otro bando, están los “soldados” o misioneros que, aun conociendo la derrota y el desengaño, saben sobreponerse y con sus actos reparar el daño causado por los primeros, a la vez que siembran nuevos caminos con semillas que germinarán en los corazones de los desfavorecidos, hasta llegar a la victoria.

Cuando el tiempo se contabilizaba para mí de otra manera, las imágenes de unos niños felices de piel oscura, que por primera vez vieron mis ojos en el salón de actos de mi colegio, fueron el primer contacto que tuve con el Domund. Después de ver ese documental, rodado en paisajes muy alejados y distintos, las Hermanas Doroteas nos explicaron el significado de muchas palabras, entre las que destacaban por su reiteración misericordia y caridad, virtudes y valores que deberíamos incorporar a nuestras incipientes vidas, según nos dijeron, a partir de ese momento. Esa lección puso las bases, y fomentó en aquel grupo de niñas, nuestra futura predisposición a echar una mano al necesitado.

Hoy día nos cuesta pronunciar palabras como caridad, siendo esta una virtud superior de la moral cristiana que ha perdido significado en estas tres o cuatro últimas décadas. —Las palabras también están a merced de la moda, se desgastan, pierden protagonismo e importancia—.

En algún momento de nuestra vida diaria tendremos que tender la mano al náufrago, como dijo e hizo hace pocos meses el presidente de la ONG “Sea Eye”, “Ojo de la mar”, quien defendió que “ayudar ante el peligro es el deber de cualquier persona que esté en el mar, sin distingos a su origen, color, religión o convicciones”; y para que ese “náufrago” pueda continuar su travesía, necesitamos dedicarle unos minutos como los que algunos dedicamos a nuestros abdominales y glúteos, u ofrecer un donativo que no supondrá un gasto mayor que un botecito de crema antiarrugas o una hidratante de manos.

Un esfuerzo mínimo, semejante al que hacen algunas adolescentes al lanzar sin ton ni son besos al aire.

Estribillo. La belleza que provocan los pequeños gestos humanitarios regenera el mundo, y el amor lo salva.

Segunda estrofa: Los misioneros.

Son esos seres elegidos para soportar las dificultades. Bravos y obedientes hijos dotados de paciencia y fortaleza. Benevolentes con las debilidades. Ejemplos de resistencia moral. Muestran diariamente cómo la compasión activa está en las entrañas de su misión y va más allá de la solidaridad.

Sin patrias ni banderas, abandonan el proyecto de vida propia, orientada hacia su propio interés, por una comunión fraterna. —La libertad no es mayor cuando se puede hacer lo que a uno se le antoja, sino cuando se elige lo bueno, lo bello y lo verdadero, aun cuando esa decisión comporte el sacrificio de uno mismo por un bien mayor—.

Héroes anónimos, que en sus viajes al infierno acaban por alcanzar el cielo al juntar con ternura sus manos a otras manos. Estos cerca de 13.000 misioneros españoles están dispuestos y se empeñan en cruzar medio planeta para poner en práctica y materializar su idealismo, saliendo de la comodidad de nuestro mundo cotidiano, para escuchar el latido del dolor de los perseguidos, de los pordioseros y marginados, llegando incluso a arriesgar la propia vida —que es una de las expresiones más bellas y desinteresadas— para ofrecerles un chispazo de esperanza y aportar dignidad allí donde no hay nada, porque todo ha sido degradado, cuando no aniquilado.

En estos casi cien años de celebración del Domund, la labor hecha por los misioneros está rodeada de silencio, y aun así no falta la alegría en su misión, a pesar de que puedan tener el pecho descarnado por muchas ausencias, o porque hayan tenido fisuras en su integridad o propósitos a causa de sus dudas, que no son otra cosa que la consecuencia in-herente a la honestidad. Si preguntáramos a cada uno de ellos por su labor, seguro que nos dirían que todo lo que hacen o han hecho merece la pena. ¡Merece la pena el alivio de un paño caliente ante el espanto, sacando a los desfavorecidos de las sombras de la guerra, el terror, el odio fratricida o el hambre que padecen más de 800 millones de personas!

Tenemos confianza en la ciencia, en la razón, en la cultura y en el poder que da el progreso desde el siglo XVIII, pero eso no debiera impedirnos creer en la misericordia que llega a través de la fe. Muchas veces las respuestas no están en la profundidad del saber, porque ni siquiera el avance de la ciencia detiene la miseria.

Somos una nación antigua, que ha vivido con la alegría de ser cristiana, una doctrina profunda del humanismo; una nación que abrió las puertas a la evangelización, y, a través de ella, nos hemos unido a gentes de otros pueblos, conociendo sus culturas y religiones, insertados en sus costumbres y tradiciones, aceptando de manera natural que las verdades absolutas generan dolor y que llevar la fe a otros destinos no debe tener como objetivo el dominio. Con la distancia que imponen los siglos, hemos ido dando la espalda al trabajo espiritual, que podría considerarse como un eco que se anticipara a la voz.

El novelista Javier Cercas, en su libro El monarca de las sombras, dice refiriéndose a su madre que “habita todavía en un mundo con Dios”; somos muchos los que vivimos con esa presencia que nos ampara ante la oscuridad y nos ofrece una iluminación que avanza.

Para que triunfe el mal, lo único necesario es que las personas buenas no hagan nada para evitarlo, y en la vida solo hay dos opciones ante los problemas: esperar a que otros los solucionen o poner de tu parte para solucionarlos; esta última opción es la que habéis elegido los misioneros, religiosos y seglares.

Laicos y cooperantes también ponen su esfuerzo personal, conocimiento profesional y aporte económico a través de distintas organizaciones, como por ejemplo “Acción contra el Hambre”, “Save the Children”, “África directo”, “Aldeas Infantiles”, etc.

Un grupo de personas, a través de nuestro Festival de La Luz que se celebra a pocos kilómetros de aquí, en el Concello de Boimorto, hemos podido conocer el trabajo de algunas de esas organizaciones, a las cuales ha ido a parar la recaudación total de las entradas de cada edición del Festival, como por ejemplo “Oxfam Intermón”, “Banco de Alimentos” o “Médicos sin Fronteras”. También hemos sido testigos hace pocos años de la labor ingente de la fundación Vicente Ferrer en la India, en una de las regiones más pobres del país, Anantapur, en el estado Andhra Pradesh.

Para cerrar esta estrofa dedicada a los misioneros, quiero destacar la labor evangélica y social de las Obras Misionales Pontificias.

Estribillo. La belleza que provocan los pequeños gestos humanitarios regenera el mundo, y el amor lo salva.

Puente. La bondad, esa virtud que algunos tienen y que, según dicen los especialistas en neurociencia afectiva, se encuentra en la base de un cerebro sano, hace que los poseedores de esa gracia perciban las cosas de otra manera. Mientras muchos hacen ruido, unos pocos, con sus acciones calladas y generosas, dan ánimos a los que parece que hubieran cometido el pecado de existir, sea en Siria, Sudán del Sur, Yemen o en cualquiera de los más de 33 países con gravísimos conflictos.

Ser bueno es el más sutil de los egoísmos, porque serlo te recompensa con el placer de la felicidad y alivia tu ansiedad como individuo gracias a la buena conciencia que recibes cuando haces una buena acción. Por eso yo creo que la colaboración solidaria debería estar siempre de moda.

Estribillo. La belleza que provocan los pequeños gestos humanitarios regenera el mundo, y el amor lo salva.

Permítanme añadir una pequeña coda:

Gracias a todos los misioneros presentes por enseñarnos con sus obras que el más insignificante acto de amor puede abrazar a la humanidad herida.

 

 


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