Jordán y su misión Salvatoriana

Los salvatorianos estamos contentos, y agradecidos a Dios y a Nuestra Madre María, por las virtudes de nuestro Fundador y sus deseos de anunciar el Reino de Dios, la Buena noticia a todos los pueblos, con todos los medios que la Caridad de Cristo nos inspira, siendo capaces de popularizar las verdades eternas, desde la formación de Cristianos adultos. Gran misión, y un gran reto que tenemos.
Será posible si seguimos su vida de Oración, de confianza en la Divina providencia, de entrega, de fraternidad, de unidad en el amor, de solidaridad y cercanía con los más desfavorecidos y necesitados..
Un abrazo Chema sds,

Jordan Francesco Maria della Croce Venerabile

Solemnidad de San José

Homilía

Angelo Card. Amato, SDB


1. Me uno a vuestra alegría por el decreto sobre las virtudes heroicas del Siervo de Dios, Francisco María de la Cruz Jordán (1848-1818). Podemos hacer nuestras las palabras de alegría del salmista: «Cantaré eternamente el amor del Señor, de generación en generación haré conocer con mi boca tu fidelidad» (Sal 89,2).
Nuestro agradecimiento a Dios Trinidad, fuente y dador de todo bien, y hoy en el día de su santo, también al Santo Padre Benedicto XVI quien el pasado 14 de Enero ha autorizado la promulgación. Con evidente satisfacción, el Papa ha reconocido la heroicidad de las virtudes cristianas de un hijo tan ilustre y benemérito de la Iglesia alemana y de la Iglesia universal. La Iglesia, por lo tanto, declara que la santidad es la fuente de las muchas obras realizadas por el Padre Jordán, de cuyo corazón bueno y generoso nace la fundación de la “Sociedad del Divino Salvador” y de la Congregación de las Hermanas del Divino Salvador”. Su existencia virtuosa es la que hace germinar su acción apostólica y misionera, así como la savia del árbol da alimento y vigor a las flores que se abren en primavera y madura los frutos en verano. El Venerable Padre Jordán se elevó por encima de nuestra mediocridad mediante su fe profunda, su gran esperanza y su generosa caridad.
2. La solemnidad de San José, nos da hoy la ocasión propicia para meditar especialmente sobre la virtud de la fe. Como el patriarca Abrahán, nuestro padre en la fe, como María, nuestra madre en la fe, también San José fue un hombre probado en la fe. Por la fe acogió a la joven esposa, grávida de Jesús: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella, es del Espíritu Santo» […] Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mateo 1,20.24). Por la fe contempló el nacimiento milagroso del Hijo del Padre celestial en la pobreza de Belén. Por la fe anduvo exiliado y pobre en Egipto con María y con el niño Jesús. Por la fe acogió, sin contradecir, las palabras de Jesús de doce años, al encontrarlo en el templo. Por la fe José viajó por caminos obscuros y para él incomprensibles, sólo esclarecidos por la luz de la divina providencia. No vaciló: «Creyó, esperando contra toda esperanza» (Romanos 4,18). Su santidad no está fundada en palabras sino en el ser y en el actuar. Por eso José es llamado en el Evangelio hombre “justo” (Mateo 1,19). Conservamos algunas palabras de María, pero de José, ni una sola. Él es el hombre del silencio, de la meditación y de la obediencia inmediata a la voluntad de Dios, por medio de los hechos.

3. Hay una coincidencia providencial de situaciones entre san José y el Venerable Francisco María de la Cruz Jordán. El joven Juan Bautista Jordán (nombre de bautismo del Venerable) fue hasta la edad de veinte años un obrero, como el gran patriarca bíblico. Después de la escuela primaria, trabajó como obrero ocasional y como pintor de brocha gorda, hasta que, después de los veinte años, decidió obedecer a la voz del Señor, que lo llamaba a su servicio como sacerdote. Empezó para él un periodo de preparación intensa no solo en las ciencias sagradas sino también en las lenguas modernas y antiguas. Debido al clima cultural de su tiempo, que corría el riesgo de una verdadera apostasía del Evangelio y de la Iglesia, se dio cuenta que se necesitaba una misión entendida no sólo de manera tradicional como “missio ad gentes”, es decir como proclamación del Evangelio a todos los pueblos del mundo, especialmente a los más apartados, sino también de manera moderna, como un fortalecimiento de la identidad católica de los fieles de su patria, mediante una motivación cultural más fuerte sobre las razones de la propia fe. Él es un apóstol de la primera evangelización, para conducir a toda la humanidad a Cristo, y de la nueva evangelización, para encender de nuevo la fe de los creyentes, a veces débil y cansada. La ideología anticatólica del Kulturkampf y el abandono de la fe por parte de no pocos bautizados, refuerzan en su mente una santa inquietud apostólica. Ya como seminarista había hecho suyas las palabras del Benedictus: «… iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte » (Lucas 1,79). Siendo joven sacerdote le impactó una frase del Evangelio de San Juan: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Juan 17,3).
Se propagó entonces su celo apostólico al realizar la fundación de dos congregaciones misioneras: la “Sociedad del Divino Salvador” y la “Congregación de las Hermanas del Divino Salvador”. Un día anotó en su Diario Espiritual las palabras de San Francisco Javier: « Mientras haya un rincón en el mundo, donde no se ame a Dios, yo no podré permitirme un momento de descanso». Y unos años más adelante hizo este propósito: «¡Sé un auténtico apóstol de Jesucristo y no descanses hasta que hayas llevado la palabra del Señor a todos los extremos de la tierra; Sé un verdadero pregonero del Altísimo! ¡Vuela por la tierra como un águila y predica la palabra de Dios!».
Cuando su Sociedad tuvo una moderada expansión con muchas vocaciones, escribió una vez más: «Mientras Dios no sea glorificado en todas partes, no puedes permitirte un solo instante de reposo. Mientras no sea alabada en todas partes la Reina del cielo y de la tierra no puedes descansar ni un solo momento. Ningún sacrificio, ninguna cruz, ningún sufrimiento, ninguna desolación, ninguna tribulación, ningún ataque. Oh, nada te sea demasiado difícil con la gracia de Dios […]. Todo lo puedo en Aquel que me fortalece» .
Estaba completamente devorado por la pasión misionera de anunciar a Cristo al mundo. Un día anotó en latín: «Omnes, omnes, o Jesu, omnes, o Salvator Mundi, salvare desidero vehementissime!». [Todos, todos, oh Jesús, todos, oh Salvador del Mundo, los deseo salvar con mucha vehemencia!] «Omnes Populi, omnes Gentes, omnes Tribus, omnes Nationes, omnes Linguae, laudate nomen Domini!». [Todos los pueblos, todas las gentes, todas las tribus, todas las naciones, todas las lenguas, alabad el nombre del Señor!]

4. La inquietud apostólica de este hombre justo provenía de su gran fe en la presencia de Cristo Salvador y en la misión salvadora de la Iglesia que le empujaba a manifestar su entusiasmo incontenible. La monumental Positio acerca de su vida y de sus virtudes se detiene largamente sobre su espíritu de fe, que se manifestaba no sólo en su ardiente celo apostólico, sino también en una devoción eucarística hecha de oración y de adoración. De su gran espíritu de fe se originaba también su inquebrantable confianza en la Divina Providencia. Sólo quien tiene confianza en ella, puede colaborar plenamente con Dios y con su Reino. Los testigos concuerdan al afirmar que por su inquebrantable confianza en la presencia de Dios en su vida, el Padre Jordán pudo acudir diariamente, en el transcurrir del tiempo a más de 300 personas, aunque estuviera verdaderamente desprovisto de bienes materiales. El Padre Hubertus Kreutzer afirma: «Ni siquiera en la dificultades más grandes lo abandonaba su confianza en Dios; la fe en la Providencia y la confianza en Dios eran temas preferidos en sus alocuciones; por eso siempre llamaba la atención sobre hombres de la Providencia como Don Bosco y el Cottolengo». Por eso usaba con frecuencia la imagen de la balanza: «Mi confianza en Dios y en la Providencia divina son comparables a los dos platillos de una balanza. Cuanto más peso se pone en uno, más sube el otro».
Cultivaba su confianza en la Divina Providencia con la oración intensa ante el Santísimo. Con mucha frecuencia estaba en adoración en la capilla de la casa o en la Basílica de San Pedro. El Padre Athanasius Krächan cuenta: «Cuando pienso en el P. Jordan, lo veo con el espíritu arrodillado ante el tabernáculo en la capilla privada de la Casa Madre o en San Pedro […]. Cuando el Siervo de Dios entraba en la capilla yo le ofrecía el agua bendita y pude observar que el P. Jordán, al entrar en la capilla, ya había olvidado todo lo que le rodeaba y nada era tan importante para él, como el tabernáculo. Su genuflexión era siempre una predicación para nosotros. En la forma como saludaba al Santísimo, se notaba que ya había establecido un contacto personal con Jesucristo».
Otro testigo afirma: «El gran amor hacia el Salvador oculto en el tabernáculo era una de las características más sobresalientes del P. Jordán. Le he visto centenares de veces mantener su mirada inmóvil, como en éxtasis, hacia el tabernáculo y mucho más ante el Santísimo expuesto en el ostensorio. Su veneración por el Santísimo era algo conmovedor para todos los que estaban en la Capilla. ».
La fe era una virtud vivida por él y que aconsejaba a sus hijos espirituales. En una conferencia amonestaba así a sus cohermanos: «Para nosotros es sumamente importante, como obreros apostólicos, ser muy fuertes en la fe […], vivir en la fe en nuestras acciones y visiones, en nuestro trabajos y tendencias, en nuestros sufrimientos y trabajos».
De su espíritu de fe tomaba la fuerza para sobrellevar el sufrimiento, para perdonar a sus enemigos, para olvidar las ofensas, para confirmar su obediencia al Papa y a los Obispos. Sobre esto cuenta concretamente el Padre Pablo Pabst: «Fue un hijo sincero y devotísimo de la Santa Iglesia y el “sentire cum Ecclesia” fue para él como una segunda naturaleza». Otro testigo añade: «Él nos recomendaba siempre el “spiritus ecclesiae” y la auténtica “mens Catholica”».
Su actitud humilde, que lo asemeja en forma extraordinaria a San José, era la síntesis de su vida virtuosa, llena de fe y de caridad. La humildad es una pequeña virtud pero que hace grandes a los hombres justos. El 9 de enero del 1880 nuestro Venerable anota en su Diario: «Rezar mucho, muchísimo, y meditar, y no apegarse jamás a algo terreno ni dejarse llevar jamás por los hombres y por sus habladurías, sino seguir el consejo de unos pocos siervos de Dios piadosos, dejarte llevar sólo por Dios y por sus santos. Desprecios – Calumnias – Hacer el ridículo y muchas cosas más te pasarán -, pero sé valiente y agárrate fuertemente a Dios».
Un abrumador entusiasmo apostólico y misionero en la proclamación de Cristo Salvador del mundo, una inmensa fe en la Divina Providencia y un profundo espíritu de humildad son sólo algunos de los aspectos más característicos de la personalidad virtuosa del Venerable Padre Francisco Jordán. Su herencia espiritual es una invitación para sus hijos a la contemplación, a la imitación e incluso a la petición de intercesión para recibir iluminación, consuelo y gracias espirituales.
Dice el Santo Padre Benedicto XVI: «La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los Santos es evidente que, quien va hacia Dios no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos».
Aprovechemos esta cercanía espiritual para nuestro camino de perfección.

Amen.


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