UNIDOS ES POSIBLE UN MUNDO MEJOR

Domingo quinto de Pascua

Lectura orante del Evangelio: Juan 15,1-8

La Iglesia necesita misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida (Papa Francisco).

Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. Abrimos el oído para escuchar las confidencias vitales, profundas, que nos hace Jesús. Jesús es la verdadera vid. Nuestra fe le abre la puerta. Sin la savia de Jesús no hay vida. Frente a tantas opciones que llevan a la muerte, hoy el Espíritu nos invita a escoger a Jesús, a dejarle entrar. Jesús trae la vida verdadera. Jesús nos invita a mirar al Padre como un jardinero que cuida nuestra tierra para que demos fruto. Para cada uno guarda el Señor de la Vida una palabra, una mirada, un silencio lleno de amor, de misericordia y de ternura. Padre, toda nuestra hacienda está en tus manos; nos cuidas con amor. Gracias. 

Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado. Nada es más iluminador que volver a las palabras de Jesús y recoger su modo de transmitir la verdad (Papa Francisco). La palabra de Jesús alimenta nuestro amor cada día, limpia nuestros ojos para ver en todo lo que nos acontece la huella de su amor, nos enseña lo que quiere que digamos al mundo con nuestra vida. El contacto asiduo con las palabras de Jesús es vital. Si nos salimos de Jesús nos secamos. La palabra de Jesús nos lee por dentro, permite que crezcamos juntos. La palabra de Jesús nos regala la alegría, fortalece nuestra fe, aumenta la ternura. Escuchamos tu palabra, como fuente de vida.   

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El yo soy de Jesús da vida al vosotros sois. Su vid hace fecundos nuestros sarmientos.En la oración interior dejamos que él actúe en nosotros. Él es mucho más que una ayuda presente o un buen ejemplo. Su vida nos toca por dentro hasta hacerse, él, vida nuestra. Su paz puede más que todas nuestras inquietudes. La alegría de su Espíritu nos llena y ahuyenta la tristeza. Su Padre se goza con nosotros. Todo forma parte de ese maravilloso prodigio de Dios en nosotros. Somos interioridad habitada. Haz lo que es en ti y déjame tú a Mí y no te inquietes por nada; goza del bien que te ha sido dado, que es muy grande; mi Padre se deleita contigo y el Espíritu Santo te ama (Santa Teresa).

El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante. Estar, permanecer. Su promesa sigue viva: Siempre estaré con vosotros. Jesús no está ante nosotros, sino en nosotros. Somos en él. Cuando permanecemos en Jesús y aceptamos su poda, nuestro jardín produce el fruto que el Padre espera. La comunidad pascual es visible si permanece en Jesús. Obras quiere el Señor (Santa Teresa). Para entrar en ese hogar de amor, que el Padre y Jesús mantienen entre sí con el Espíritu, necesitamos permanecer unidos a él. ¿Hay momentos en los que te pones en su presencia en silencio, permaneces con él sin prisas, y te dejas mirar por él? ¿Dejas que su fuego inflame tu corazón? Si no le permites que él alimente el calor de su amor y de su ternura, no tendrás fuego, y así, ¿cómo podrás inflamar el corazón de los demás con tu testimonio y tus palabras? (Papa Francisco). Gloria a ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!. Un abrazo, mi oración y mucha salud. Antón


Un comentario en «UNIDOS ES POSIBLE UN MUNDO MEJOR»

  1. Desde el origen de los tiempos, los seres humanos hemos aprendido que unidos podemos sobrevivir más tiempo y tener una mejor calidad de vida. Estar separados y enfrentados, es el primer síntoma de la desaparición de una organización humana. Por eso los pueblos se han ido organizado de distintas formas y han creado estructuras, cada vez más amplias, de convivencia humana: tribus, pueblos, naciones, países, Estados…

    Incluso, recientemente, los pueblos y las naciones, que lucharon en otras épocas con tanta convicción por su independencia, han ido caminando hacia estructuras de unión supranacional, dejando atrás diferencias que antiguamente parecían insalvables. Estas formas nuevas de organización social han tratado de respetar las identidades particulares de cada pueblo, es verdad, pero buscan la supervivencia particular en la posibilidad de la supervivencia común. “O vivimos todos, o aquí no vivirá nadie”, parecen decirse entre ellos. Claro que todavía hay demasiados pueblos y naciones, es decir, seres humanos de carne y hueso, pero sobretodo de hueso, que quedan por fuera de estos planes de unión de los poderosos de este mundo, y se ven, cada vez más, condenados a la desaparición.

    En las Reducciones jesuíticas que se crearon en el siglo XVII al sur del continente americano, entre los indígenas que habitaban esas tierras, el mayor castigo que recibía una persona, era ser apartado de la comunidad, es decir, eclesialmente hablando, ser excomulgado. Ellos sabían, perfectamente, que, en esas selvas inhóspitas, era imposible vivir estando separados de la comunidad. El que recibía este castigo, prácticamente, estaba condenado a morir. Lo mismo sucedía en comunidades de la cuenca amazónica.

    Este mismo principio de la supervivencia social, funciona en el ámbito de la vida en todas sus expresiones: los microorganismos, las plantas, los animales, la vida misma, se sostiene y crece, gracias a una dinámica de sinergias y alianzas. Sin el apoyo de unos a otros, ningún organismo vivo, puede seguir siendo tal. Esto es lo que quiere señalar la comparación que nos presenta Jesús en el Evangelio de hoy. No hay que ser un agricultor muy experto para saber que una rama, desprendida del tronco, no puede dar frutos. Todos sabemos, incluso, que si la rama se separa del tronco, se muere… Jesús señala así la cualidad que debe caracterizar a sus seguidores, si quieren participar de su vida, como Él participa de la vida de Dios: O nos mantenemos unidos a Jesús, o no podremos dar fruto, porque la vida de Dios se muere en nosotros.

    Permanecer unido es estar con otro allí donde él está; participar con él de lo bueno y de lo malo; acompañarlo en todo momento y disfrutar de su cercanía. Jesús nos invita no sólo a estar unidos a él en los ratos de oración, más o menos generosos, o en las celebraciones en las que participamos con alguna regularidad. Nos invita a estar unidos a él en todo lo que hacemos; a buscar y hallar su presencia a cada instante, en cada paso que damos, en cada acción que emprendemos, en cada decisión que tomamos. Permanecer unidos a Él en la vida toda, en los momentos de pasión y en los tiempos de resurrección. Sólo así, como los pueblos, podremos seguir viviendo y no desaparecer…

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