LA MIRADA DE DIOS concebido en Jesús.

  1. CONCEBIDO.

Introducción. Dios no ha enviado su Hijo al mundo para condenarlo, ni para juzgarlo, sino para salvarlo. Pero la forma concreta como ha llegado Jesús a hacerse carne es como lo hacemos todos, concebido en el seno de una mujer. Tuvo que irse formando cómo nos hemos ido formando todos. En esa milagrosa multiplicación de células, que, a su ritmo imparable, como cuenta Jesús en su parábola del grano de mostaza, se va convirtiendo en una vida plena. En esas células originales se iban formando todos los órganos de Jesús. Su corazón y su capacidad de amar a todos. Sus manos que de adulto limpiaron los pies en el lavatorio. Sus ojos capaces de mirar a los demás de una manera nueva fijando su amor en los últimos, en los más necesitados. Sus labios que besaron, su boca que no dejó de predicar. Sus pies crucificados y atravesados en la cruz para mostrar un amor hasta el extremo. Nacido de mujer significa que es verdaderamente humano. En todo como nosotros, menos en el pecado. Para que no podamos poner nunca escusas, o que pensemos que lo divino está alejado de nosotros. La Palabra se hizo carne, trémula, vacilantes, cansada, frágil para que los que sabemos de nuestra vulnerabilidad sintamos la esperanza de saber nuestra existencia con posibilidades de glorificación.

Lo que Dios nos dice. «Porque este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable. No está en el cielo, para poder decir: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”. Ni está más allá del mar, para poder decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”. El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas» (Dt 30,11-14). 

En muchas religiones hay una verdadera frontera entre lo humano y lo divino. De hecho, en nuestra propia Iglesia demasiadas veces heredamos el dualismo perverso que desprecia lo humano, por frágil, por pecador, por impuro, por mentiroso, y ensalza lo divino, idealizado, evasivo, sin ninguna incidencia en nuestra historia vida humana transitada por el dolor y el sufrimiento. Y Jesús hace lo contrario, concebido en medio de lo humano, es una declaración de absoluta veneración por lo humano. No se avergüenza de nosotros. Nos ama radicalmente, con todo lo que conlleva. Sabe de nuestros miedos, de nuestras reacciones violentas, de nuestras ambigüedades y secretos. Pero sabe sobre todo que, en lo profundo de cada vida humana, se esconde la huella, la firma, la imagen y semejanza del Dios que nos ha creado. Jesús minimizó en su vida una divinidad que nos alejara de lo humano. Se despojó de todo lo que asustara a sus hijos. Vivió desde abajo, para los que se sienten abajo, descubrieran un Dios empeñado en levantarlos.

«Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,5-11). 

Concebido humano para dejar que el tiempo y la historia sea el lugar de la revelación de Dios. No podemos conocer a Dios en la especulación, en las nubes, en las definiciones abstractas y en la huida de la realidad. Le conocemos en el día a día, en el que se hace presente respondiendo a las preguntas, a las inquietudes, respuestas que se descubren caminado. Se hace camino al andar, se conoce a Dios al dar el primer paso que nos lleva al siguiente. Y siempre nos lleva más allá de nosotros mismos. Es en el encuentro con los demás donde la imagen difuminada de Dios se va enfocando y apareciendo con claridad bien definida.

«Lo mismo nosotros, cuando éramos menores de edad, estábamos esclavizados bajo los elementos del mundo. Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios» (Gal 4,3-7). 

Cómo podemos vivirlo. Agradezcamos la cercanía de nuestro Dios, su humanidad en Cristo Jesús. Agradezcamos que comprenda cada una de nuestras reacciones, las brillantes y generosas, las que nacen del miedo y la soledad. Él comprende cada corazón y sus acciones. El nos modeló a su imagen, que mirarle fijamente nos de la confianza de que tenemos todo lo necesario para recorrer el camino.


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