RESUCITAR…DAR VIDA

¿QUÉ SIGNIFICA RESUCITAR?

Introducción. Estamos en el tiempo más bonito que la Iglesia tiene para ofrecer a nuestro mundo: el tiempo de Pascua. El tiempo de esperanzarnos en que los límites, las pérdidas, lo tenebroso que acompaña toda la existencia humana, ha sido envuelto por todo el caudal de amor divino que es capaz de transformarlo todo. Dedicamos mucho del tiempo que pasamos en nuestras vidas en la queja, en el reproche, en la inquietud radical de quien no acepta lo que le toca vivir. La inadecuación entre lo que somos y lo que nos gustaría ser es fuente de frustración y de muerte. Muchas de nuestras conversaciones comienzan por un juicio negativo sobre lo que nos molesta, las personas, lo que nos hace sufrir, tanto en las relaciones humanas, como en las circunstancias que nos acompañan. Me quejo de ser valorado, si de repente nuestra vida se vuelve blanco de halagos y valoraciones, cuando hay otros momentos en los que me he quejado de lo solo que me sentía, o de la poca valoración por parte de los demás. Me molesta la exigencia y las agendas repletas, y también me molesta el olvido de los demás. El calor o el frío, tener que salir todo el día de casa, o el no tener ningún plan o responsabilidad. Así somos.

«Nada hay más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo conoce? Yo, el Señor, examino el corazón, sondeo el corazón de los hombres para pagar a cada cual su conducta según el fruto de sus acciones» (Jr 17,9-10).

¿Qué le puede ofertar el Cristo resucitado a tantas existencias insatisfechas y quejosas? Resucitar es volver una y otra vez a lo que soy, a lo que vivo y hacerlo de una manera agradecida. Es pasar del rechazo de lo que soy, de la comparación, del complejo, al reconocimiento sincero de la historia única y exclusiva que Dios está haciendo con cada uno de nosotros. Es apasionante practicar la cultura del encuentro. No movido por el interés y por el mercantilismo, sino por el asombro de encontrarnos. Nos espera en el otro lo que necesitamos justo en este momento de nuestra vida. Una llamada, un mensaje, un whatsapp, un encontronazo casual, todo son hilos de nuestra vida entretejidos por el sueño de nuestro Dios tejedor, para encontrarnos continuamente acompañados por su presencia y su amor.

Lo que Dios nos dice. «El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. Desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra: él modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones» (Sal 33,13-15).

El resucitado, que también comprende cada corazón y comprende nuestras acciones, a veces super ambiguas y turbias, es capaz de recorrer la distancia que hay entre nosotros y nuestra insatisfacción. Es el puro dinamismo de encontrarnos no donde nos gustaría estar, sino que nos hace amable donde estamos. Resucitar es descubrir que Jesús se acerca a donde estamos. Que vive en lo que somos, en lo que hacemos, en lo que pensamos. Sin reproches, sin broncas, sin regaños. Viene a nuestras tormentas a calmarlas. Nos invita a llenar de paz lo que vivimos. Todo el esfuerzo de Cristo el viviente, es que nosotros también seamos vivientes. Vivientes de lo que hoy vivimos, de lo que hoy somos, de cómo estamos hoy. No de paraísos artificiales que nos envuelven en fantasías y ensoñaciones.

«En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y le dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto» (Lc 24, 35-48)

Como podemos vivirlo. Nos aterroriza la frustración de que se nos pase la vida sin tener nunca la sensación de plenitud. Y Jesús nos recuerda que es mucho más fácil de lo que nos imaginamos. La resurrección nunca se aleja de nuestra tierra. No es una invitación a huir de lo que nos cuesta. No es buscar experiencias celestiales, sino terrenales, del suelo, pero acompañadas por el entendimiento de que el amor de Dios se experimenta en el aquí y en el ahora. Ojalá se nos abra el entendimiento y descubramos lo afortunados que somos de vivir lo que vivimos.


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